El fin de semana, Max, los niños y yo fuimos la playa. Luego de chapotear por un rato, decidimos que era hora de irnos, así que mis hijos y yo nos sentamos en unas escalinatas para quitarnos la arena de los pies. De repente, un chico comenzó a tocar la guitarra y Jorge Mario, mi hijo de 2 años, con toda la frescura y naturalidad del mar, comenzó a contonearse.
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El sinvergüencita en cuestión se mecía de un lado a otro con los brazos extendidos, a veces con los ojos cerrados y a veces abiertos, pero siempre esbozando una sonrisa, como diciendo, “Miren qué feliz estoy”.
Gocé el momento, cada instante de la escena. Pensé en que siempre me gustaría verlo así, espontáneo, libre de prejuicios y complejos, tal como le sucedió a Gerald, la jirafa protagonista del cuento que reseño esta semana, “Giraffes Can’t Dance”.
Este libro llegó a mis manos gracias a la mamá de un compañero de Jorge Mario de la guardería. Nos lo regaló cuando mi bailarín improvisado cumplió 2 años; desde entonces es uno de los preferidos de nuestra biblioteca, y ahora les cuento por qué.
La historia es breve y un poco dramática, pero con varios mensajes hermosos para los niños, entre ellos la idea de que nadie puede ni debe ponerte límites.
También enseña que no puedes vivir con miedos y con complejos, que en algún momento tienes que vencer tus miedos para dejar salir lo mejor de ti.
Lee de qué se trata “Ripios y adivinanzas del mar”, de Fernando del Paso.
Y por último, lo más importante: ser diferente no es malo.
Giles Andreae y Guy Parker-Rees, autores e ilustradores de este texto, transmiten estos mensajes de una manera maravillosa al usar como protagonista a la que se percibe como una de las especies más lentas y torpes del reino animal, la jirafa.
Y es que Gerald tiene el cuello demasiado largo, las rodillas chuecas y las patas muy delgadas. ¿Quién con esas características va a poder bailar?
El problema es que Gerald adora danzar, y quiere hacerlo, como todos en el reino animal. Así que se arma de valor y asiste al Baile de la selva, que se celebra cada año.
Ahí todas las especies dan muestras de sus dotes de bailarines; jabalíes, hipopótamos, leones y chimpancés presumen sus pasos de vals, rock ‘n’ roll, tango, cha-cha-cha y hasta la vuelta escocesa.
Cuando Gerald se acerca a la pista, lo único que escucha son comentarios de que las jirafas no pueden bailar, y de que es un “chico raro”.
En ese momento, en lo único que Gerald piensa es en salir de ahí corriendo. ¿Se imaginan ser el hazmerreír de todo el reino animal?
Es entonces cuando ocurre el instante mágico del cuento. De entre la oscuridad una voz le dice a la jirafa algo que la hace reaccionar.
“Algunas veces cuando eres diferente solo necesitas una canción distinta”, le dice un grillo sabio a Gerald, que logra convencerla de que lo único que tiene que hacer es seguir su propio ritmo, y es entonces cuando la jirafa se llena de seguridad y comienza a mover su cuerpo con cadencia y armonía.
Las ilustraciones hacen un trabajo excelente en este libro. Los leones se ven divinos bailando tango, y los changos muy en su papel haciendo algo que parece flamenco. Los hipopótamos se las arreglan para verse regios danzando algo que parece rock ‘n’ roll.
Y como se trata de un libro para niños pequeños –que perfectamente goza también Víctor, mi hijo de 5 años–, sus páginas son gruesas y resistentes, llenas de vibrantes colores e imágenes.
No he leído el libro en español, aunque he visto que sí está editado en esa lengua. De cualquier forma, yo se lo traduzco a mis hijos conforme lo voy leyendo porque me encanta reforzarles el idioma que hablamos en casa, el español.
Así que a enseñarle a los niños a bailar a su propio ritmo, como lo hizo Jorge Mario en la playa.
El libro fue editado por Scholastic y lo pueden encontrar en librerías y en Amazon. Cuesta $6.99.