A veces no puedo creer que exista gente tan impertinente. Les voy a contar una de esas historias que me han pasado, de esas de antología.
Cuando mi hijo Víctor era un bebé, entré al baño de una tienda para cambiarle el pañal. Una mujer se me quedó viendo con ternura y luego se acercó y me dijo: “Mi hijo también tiene la cabeza grande, pero no te preocupes, eso significa que será muy inteligente”.
No supe qué contestarle. Y más bien me asusté con el comentario. Hasta entonces nadie me había dicho que tenía un hijo cabezón.
Entonces comencé a preocuparme y empecé a preguntar a mis allegados si pensaban que Víctor tenía muy grande la cabeza. Muchos fueron honestos y me dijeron que tenía su cabecita más grande que la de los niños promedio, pero que nada como para esconderlo debajo de la cama.
A la siguiente visita al médico le pregunté al pediatra si el tamaño de la cabeza de Víctor era normal. Me contestó que estaba en el rango más alto de la media, pero nada desproporcionado ni mucho menos. Entonces respiré con alivio. Lo que comprobó ese dato fue que si le compraba sombreros o gorras para bebés de su edad, muy pronto le quedaban ajustados.
Esta situación se repetirá, al parecer, con el bebé que espero (ya faltan 11 semanas para que nazca, ¡uf!). Esta semana mi pareja, Max, y yo fuimos a nuestra cita mensual para monitorear al bebé. El ultrasonido reveló que todo está bien: su peso, tamaño, posición, entre otras cosas. Y su cabecita, igual que Víctor, está al tope de la media.
La doctora dijo que no había nada de qué preocuparse, que todo estaba bien. Para mí eso era lo importante.
Por si las moscas, me puse a buscar información que me corroborara lo que me dijo la mujer impertinente de la que les hablo al principio. Encontré que, efectivamente, un estudio en Londres reveló que hay un claro nexo entre el tamaño de la cabeza y la pérdida de memoria y la capacidad cognitiva en la senectud. Mientras más grande sea la cabeza, menor será el declive.
Aunque también dice que no porque una persona tenga el cráneo chico significa que está condenada a a una pérdida de memoria temprana.
Lo importante, asegura el estudio, es tener una buena alimentación y un crecimiento sano en la infancia. Tan solo en el primer año de vida, el cerebro de los bebés duplica su tamaño. Cuando los niños tienen seis años, el peso de la masa encefálica ya se ha triplicado. Este es el periodo crucial para esta parte del cuerpo.
No espero que mis hijos sean los próximos Albert Einstein. Mi único deseo es que crezcan sanos, que sean felices y que tengan la inteligencia suficiente para enfrentar la vida.