Ahora que lo pienso, creo que “Mi pequeño hermano invisible” me atrapó porque su portada es de un naranja bien escandaloso. O fue quizá porque por mucho tiempo fue el color favorito de Víctor, mi hijo de 5 años. Ahora dice que el que más le gusta es el “color” arcoíris.
El caso es que fue uno de los volúmenes que apilé en la librería en la que compré varios ejemplares para mis hijos durante mi reciente viaje a México, y que luego pasaron a la segunda ronda, cuando tuve que descartar unos cuantos no porque no me llenaran el ojo, sino porque mi presupuesto tenía un límite.
Lee también la reseña de “El día que los crayones regresaron a casa”, un libro precioso.
En esa ocasión no tuve tiempo de hojearlo; el título y el color fueron suficientes para incluirlo en la lista de los libros que quería que mis hijos tuvieran en sus manitas.
Y no me equivoqué.
Hace unos días, mis dos panzones lo encontraron mientras hurgaban el morral en el que puse todos los libros que compré. Usualmente nos gusta descubrir estos tesoros juntos, pero esta vez, sin preguntar y sin pedir permiso –como debe ser en estos casos– tomaron el cuento, lo abrieron y quedaron pasmados.
Y es que “Mi pequeño hermano invisible” tiene magia. Se los digo en serio, tiene magia.
Lo primero que encuentras cuando lo abres es un sobrecito con unos lentes muy simpáticos; son “lentes mágicos”, te anuncia en su portada en libro. Entonces, todo lo que ves cuando te pones los anteojos ya no es lo mismo cuando te los quitas. Y es porque el libro está impreso a dos tintas, y los lentes, que son de acetato rojo, hacen invisible la tinta naranja cuando miras a través de ellos.
Así es como nuestro avezado protagonista, el pequeño hermano invisible, escondido en una caja de cartón, logra sortear todo tipo de peligros y obstáculos, como caminar entre fieras salvajes, cruzarse con un temerario dragón y hasta descender a las profundidades del mar. Todo, según él, sin ser visto.
Pero bueno, les tengo que revelar el secreto. En realidad el niño está jugando con su imaginación y lo que en verdad pasa es que los lentes mágicos te permiten hacer el viaje con él y visitar toda suerte de lugares y toparte con tremendas criaturas. Sin los lentes, la lectura será menos apasionante, aunque seguirá siendo divertida.
Por eso le advertí a mis hijos que tienen que cuidar los lentes, porque sin ellos ya no habrá magia.
Lo cierto es que Ana Pez, autora y a la vez ilustradora del libro, hizo un excelente trabajo al contarnos un cuento tan sencillo y tan sensorial y a la vez tan lleno de color y fantasía.
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El libro es de la editorial Fondo de Cultura Económica y está disponible en Amazon. Los precios van de 13.99 a 20 dólares. También se puede comprar en México en casi cualquier librería.